domingo, 2 de septiembre de 2012

El insomnio.

Permanecer boca arriba en la cama, a oscuras, escuchando canciones dentro de nuestras cabezas siendo conscientes de que sólo vamos a oírlas nosotros. Sólo tenemos un cerebro y está bastante sobrepasado, no vamos a reproducirlas tal y como fueron compuestas, acabarán por corromperse y transformarse en sonidos que sólo sirven para mantenernos despiertos.
Durante las noches en vela, nuestra ya de por sí inmensa capacidad para deformas cosas, se intensifica hasta la náusea, y el mayor y más espantoso catálogo de atrocidades se despliega entre nuestra nuca y la almohada.
Por eso apuñalamos la almohada cuando no podemos dormir, para machacar todo aquello que está dentro de nosotros y que nos asusta.

Rememoramos conversaciones dolorosas e imaginamos que podrían haber sido de otra forma, tratamos de subsanar los desaguisados que cometimos en su día como si sólo hubiera sido el ensayo general de una obra por estrenar, y nos frustramos porque, hasta en nuestra imaginación, siguen sin tener solución. Fuimos malos actores. Payasos tristes.

¡Echamoseltelónabrimoslosojos!

¿Os acordáis de cuando no hicisteis aquello?
Silencio.
Arrepentirse no sirve de nada, aquella situación no volverá a darse.

Silencio, por favor.

¿Tanto miedo tienes que has de escribir en plural para poder soportar el peso de tus inacciones?
Todo el mundo ha padecido insomnio, esto es un ensayo poético sobre el insomnio, es plural, plural.
¿Con quién demonios estás hablando?
Dios mío, con quién demonios estoy hablando.

(La manecilla del reloj golpea la pared descojonándose.)

















A (Fragmento.)