martes, 25 de diciembre de 2012


Despojarme de mi camisa, de mi libro, de mi abrigo, de mi vida.
Dejarlos todos, cáscaras vacías y hojas caídas,
ir en busca de alimento y de un manantial.
De agua fresca.
Encontraré un árbol tan grueso como diez hombres robustos,
las claras aguas derramándose sobre sus cenicientas raíces.
Encontraré frutas, manzanas silvestres y semillas,
y lo llamaré mi hogar.
Le diré mi nombre al viento, y sólo al viento.
La locura nos alcanza o nos deja en el bosque
hacia la mitad de nuestras vidas.
Mi piel será ahora mi rostro.
Debo estar loca.
La cordura abandonada junto a los zapatos y mi casa,
mis tripas rugen.
Seguro que avanzaré a trompicones por la hierba
y volveré a mis raíces, a mis hojas, a mis espinas,
y temblaré.
Dejaré la senda de las palabras para adentrarme en el bosque,
seré un bonito duende y saldré al encuentro del sol.
Y sentiré cómo el silencio aflora a mis labios.
Como antes las palabras.